Siempre estuve ahí...
- Aurora Luna Walss
- 8 abr
- 5 Min. de lectura
Esta es una historia de esperanza que quise contar pintando, para recordar que siempre, desde siempre, lo que es tuyo, estará ahí para ti. Así ha sido, así es, y así será en mi vida y este es un mensaje que lo confirmó en el 2020, cuando pasé por un año difícil a cuál más. Aquí la historia...
En marzo del 2020 se nos pidió encerrarnos debido a la pandemia. En ese momento yo ya desarrollaba un intenso trabajo en línea, ofreciendo terapia, clases y talleres, al mismo tiempo que dirigía un centro de artes visuales. Esa función, junto con la experiencia virtual de varios años, me llevaron a proponer integrar las materias artísticas en el mundo virtual, invitando a los maestros cuyas clases presenciales ya contaban con alumnos, horarios, rutina y cada día más, una mejor reputación en la vida artística y cultural de la ciudad en la que yo vivía.
Empecé a trabajar en la tarea de desarrollar proyectos artísticos en línea y de preparar un gran congreso al que asistirían personalidades en artes visuales y en terapia de arte, de reconocimiento mundial. Mientras tanto, el centro que dirigía seguía en movimiento fluyendo aparentemente dentro de lo normal, mientras que un grupo de maestros, escépticos, negaban y se negaban a la visión de trasladar a lo virtual lo que de manera destacada realizaban en el formato presencial. Este movimiento cobraba fuerza tomando mi trabajo y mi reputación como rehén y mi trayectoria como estandarte de las calumnias a mi persona, al suceder el encierro que nos obligó a todos, queriendo, o no, a trabajar en línea.
Unos días después de decretado en mi país el encierro y mientras yo me encontraba absorta trabajando en mi computadora, extorisionaron a mi hijo. Los detalles del evento son lo de menos. Lo importante es que él, asumiendo que yo me encontraba en grave peligro si él no actuaba rápidamente, entregó una suma de dinero a los delincuentes. El importe sumaba los pagos de nómina, gastos de operación y colegiaturas depositadas en mi trabajo, que cubrían los próximos cuatro meses. Además de este dinero, mi hijo entregó sus propios recursos y todo lo que pudo disponer de los miembros de la familia que habitábamos en la misma casa, dejándonos sin efectivo y sin ahorros de qué disponer.
Al enterarme la tarde del día que esto sucedió, los hechos me llenaron de miedo por mi hijo, por mí misma, por toda mi familia. No sabía qué hacer, moría de angustia de pensar que nos observaban y que quizá pretenderían obtener más de nosotros, haciéndonos algo para lo cual no estábamos ni estaríamos preparados nunca. Me congelé de terror, no podía creer lo que estaba viviendo y no tenía idea de cuál debería ser mi primera acción. Así las cosas, mi amiga y hermana, Sabrina, se enteró y actuó, moviendo todo a su alcance para traernos a mi hijo y a mí con ella, a su casa en el Caribe.
Nos fuimos a sanar y a trabajar al mar y ahí duramos poco menos de un mes en el que lloramos literal y metafóricamente a mares. No había para mí un amanecer sin lágrimas y sin una sensación de soledad y de dolor que me pesaba sobre el pecho, me inundaba el cuerpo y me cerraba la garganta. Un domingo por la tarde, Sabrina y su esposo nos llevaron a un claro a la orilla del mar abierto. Cada uno buscamos sobre las rocas en dónde sentarnos, mojando los pies y las piernas en el agua, mientras nos acomodábamos para ver el atardecer, meditar y pasar un tiempo de silencio y de curación.
Yo me senté sola mientras que cada quien buscó su propio espacio. Ahí, sobre una roca al azahar, lloré una vez más y hablé con Dios. ¿Qué quieres de mí?, ¿Qué debo hacer?, ¿Cómo regresar a una vida donde me siento amenazada, desprotegida, sola?, ¿Cómo puedo proteger a mis hijos y cuidar al que lastimaron tanto?, ¿De dónde voy a sacar el dinero para pagar cada una de los conceptos para los cuales ahora no tengo nada, empezando por la escuela de mi hijo?, ¿Cómo puedo recuperar mi vida?, ¿Alguna vez podré descansar?, ¿Por qué me tienes aquí, cuando yo debería estar en la que creí que era mi casa, mi espacio seguro?, ¿Por dónde debo empezar?...
Estas y muchas más eran mis preguntas y los motivos para llorar. Había entre líneas de cada cuestión personas, afectos, lugares, actividades, proyectos, planes, acuerdos y tantas y tantas emociones...
Seguí ahí, dejando el llanto fluir y caer al mar. El paisaje era increíblemente hermoso, el cielo soleado y claro, el viento fresco, el agua cristalina. Inmejorable visión de esa fracción de Universo a mis pies en un lugar paradisíaco, y aún así, yo no paraba de llorar y de sentir dolor. En algún momento me dí cuenta del escenario en el que me encontraba y empecé a mirar con atención mientras me permití sentir con cada parte de mi piel. Pude tocar el agua y sentir su temperatura, pude oler la sal del mar, pude sentir la roca debajo de mis piernas y poco a poco, pude sentir mi propio respirar, pude poquito a poco sentir el latido de mi propio corazón y dejar de llorar...
Así, tocando el agua, al mirar de reojo, vi algo brillar debajo del agua, a mi lado izquierdo. Instintivamente estiré la mano y levanté aquello que lanzaba destellos verdes al recibir la luz del sol. Era un enorme y hermoso caracol de mar cubierto de lama, que sin embargo dejaba ver su blanca superficie y su enorme tamaño lo suficiente, para que yo lo pudiera tomar y sacar de donde estuvo, desde que nació y se formó, hasta ese preciso momento en que yo lo hallé.
El mensaje fue claro: "siempre estuve ahí para ti", "sólo es cuestión de sentir, de esperar, de jugar, de vivir"...
El caracol que encontré es hermoso, grande, brillante, perfecto, igual que lo que ha sucedido siempre después de encontrarlo.
En el momento que viví yo no tenía idea de las respuestas a cada una de mis preguntas, pero sobre todo, no sabía si alguna vez el dolor que sentía pasaría y podría reír de nuevo.
Quiero dejar en claro que me lastimaron en lo que más me dolía: mi hijo, mi trabajo, mi vida personal. Además del mensaje que recibí en el mar, también mi querida amiga se convirtió en mi hermana de vida. No hay palabras suficientes para darle las gracias por lo que hizo por mí y por mi hijo y por lo mucho que nos enseñó su generosidad y su cariño.
La vida ha pasado, ya son cinco años y las cosas se resolvieron, el dinero se pagó, mi hijo se tituló, ambos seguimos adelante sanando y viviendo.
Yo tengo una nueva vida increíblemente distinta, buena, dulce, tranquila, creativa y sumamente feliz...Siempre estuvo ahí, para mí.
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