Somos diferentes y cambiantes a cada momento, es difícil entendernos, incluso entre nosotras mismas. Habemos algunas inquietas, ruidosas, energéticas, otras tranquilas y calladas, muchas delicadas y frágiles mientras que la gran mayoría somos fuertes e irreductiblemente luchadoras.
En el arte, las mujeres hemos ocupado un lugar imprescindible, sin embargo no siempre como protagonistas de las historias o como autoras de las grandes obras. Algunas han buscado ocupar un lugar de manera insistente y tenaz, otras en cambio, han dejado que sea el tiempo quien les de su justo lugar. A estas últimas me quiero referir hoy, a las que con esa cualidad tan femenina de la prudencia, han esperado que el paso de los años y con él, el cocimiento lento que da un refinado sabor, permitan sacar a flote sus personalidades serenas, duras y fuertes pero al mismo tiempo inteligentes, dulces y suaves.
En una participación anterior titulada “Hallarme a Van Gogh”, te hablé de la obra de Vincent, cuñado de quien hoy es el centro de la plática. Pocos sabemos que es a ella, Johanna Gesina Van Gogh Bonger, a quien debemos el poder admirar “La Noche Estrellada”, “Los Girasoles” y muchos otras obras, que hubieran quedado en el olvido y abandono, si no hubiera sido porque la esposa de Theo, hermano y patrocinador del artista, se ocupó de reunir, cuidar, trasladar y promover tan importantes piezas de arte, cuando aún no tenían ningún valor.
Johanna era una joven holandesa, culta y bien educada, proveniente de una familia acomodada. Conoció al que sería su esposo, gracias a su propio hermano de nombre André, de quien Theo era amigo y se casaron en 1889. Fue una esposa ejemplarmente discreta y apegada a su marido, a quien admiraba y cuidaba con esmero.
Quedó viuda al año y medio de haberse casado y con un niño de brazos, regresó a su natal Holanda, proveniente de París, cargada de recuerdos, pero también de cuadros, cartas y objetos de su marido, quien antes de morir le encargó la complicada tarea de clasificar y dar a conocer en lo posible, la obra de su hermano, fallecido unos meses antes que él mismo.
Con un bebé y contando con una enorme fortaleza y una encomienda por cumplir, la honorable mujer se dio a la tarea primero, de leer las cartas que durante muchos años se intercambiaron Theo y Vincent. De esta manera pudo conocer profundamente tanto a su esposo como a su cuñado y comprender que el compromiso adquirido iba mucho más allá de la exposición de las piezas. Había en él un valor adicional que tan solo quien comprende el significado de la lealtad y el amor incondicional fraterno puede medir y aquilatar.
Johanna fue una mujer de una sola pieza. Inquebrantable, luchadora y tenaz, ostentó una fortaleza de espíritu y una fe ciega en lo que hacía y demostró una entereza franca ante los hechos que la rodearon, fue una estudiante y participante activa de un feminismo creciente en su época, fue una madre cariñosa, comprometida con la educación de su hijo, de nombre Vincent, cuyo futuro quiso asegurar a toda costa a través de la venta de obras de arte, actividad a la que se dedicó después de su viudez y en la cual se inició con la exhibición de las obras de su cuñado, iniciando así, lo que sería una carrera exitosa tanto artística como económicamente del que hoy es sin duda, el más conocido y reconocido pintor de la corriente expresionista.
Actualmente, el Museo Van Gogh, en Ámsterdam Holanda, exhibe la colección más grande de cuadros del artista, los cuales pertenecieron primero a Theo, posteriormente a Johanna y a la muerte de esta, al hijo de ambos, Vincent, quien en 1962 los transfirió a la Fundación Vincent Van Gogh, misma que hasta la fecha, auspicia junto con el gobierno de su país, el trabajo de este famoso museo.
Fue Johanna también, quien aún cuando en 1890 ya había enterrado a su esposo en Utrecht Holanda, en 1913 se encargó de exhumar y trasladar los restos de Theo a Auvers, Francia, para que descansaran por siempre junto a los de su entrañable hermano Vincent.
Aprovecho la ocasión para contarte la historia completa y decirte que el sobrino del artista, a quien llamaron con su mismo nombre, murió en 1978, habiéndose asegurado de que la obra de su tío quedara protegida y resguardada, cumpliendo así la palabra empeñada por su madre en el lecho de muerte de Theo, su padre.
Aún hay mucho que saber sobre Johanna y podemos encontrar ya varios libros sobre su vida circulando por el mundo. Atinadamente los escritores Wouter van der Veen y Peter Knapp la han llamado “La mujer que trajo a Van Gogh al mundo”, dedicando a ella una sección de su libro “Van Gogh en Auvers: Sus últimos días”.
Por su parte, Irene Meijes, escribe en idioma holandés y titula su libro: “Johanna Van Gogh Bonger- ¿Mercante de arte? Y finalmente Claire Cooperstein titula su libro simplemente: “Johanna”. Es en este último en el único en el que se destaca la participación del segundo esposo de esta mujer: Johan Cohen Gosschalk, como su apoyo e impulso en su trabajo como promotora de la obra de Vincent.
En nuestro idioma, el escritor y poeta argentino Camilo Sánchez, desarrolla una romántica novela con la vida de Johanna en su libro “La Viuda de los Van Gogh”, obra que seguramente dará mucho qué decir entre nosotros los hablantes hispanos, ya que en ella se refleja el valor de la vida de una mujer que habiendo fallecido en 1925, apenas empieza a ver la luz.
“La vida se parece a una novela más a menudo,
que lo que las novelas se parecen a la vida”.
George Sand
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